Critica por Dehparadox:
El canadiense David Cronenberg siempre ha sido un cineasta diferente al
resto. La originalidad, visceralidad e independencia de sus proyectos le
han permitido desmarcarse de las ataduras del cine comercial y dar
rienda suelta a una locura controlada. Cronenberg, obsesionado por la
transformación física y la toxicidad de la carne, no deja de ser un
pensador que recapacita una y otra vez sobre la incidencia de lo
psicológico en lo físico y viceversa. Es imposible entender una cosa sin
la otra, y es en esa retroalimentación que ejerce de cordón umbilical
entre cuerpo y psique donde el director de Crash se encuentra cómodo,
donde maneja los hilos. Sin duda, los géneros de terror y
ciencia-ficción son los ideales para desarrollar cualquier historia
fantasiosa (o viscosa en su caso) que casi siempre tiene como origen
algo real. Es básico, cualquier elemento que sea o parezca mínimamente
real, produce una sensación (sea cual sea) mucho mayor que algo que no
lo es, aunque lo real derive en fantasía a posteriori. Sin embargo,
desde el año 2005 con el estreno de la controvertida A History of
Violence, algo cambió en su cine. Eastern Promises (2007) y A Dangerous
Method (2011) dejaban de lado la obsesión por la carne y de la
representación exterior para centrarse en lo interior, en desarrollar
personajes más empáticos y cálidos. Desde luego, esta especie de
trilogía de la mente representa su era más comercial, donde grandes
estrellas como Viggo Mortensen, Ed Harris o Michael Fassbender se
ocupaban de arrastrar a los espectadores a las salas mientras él iba a
lo suyo. Y en estas que nos llega Cosmópolis, historia basada en la
novela homónima de Don DeLillo, donde un joven multimillonario
(interpretado de nuevo por otra estrella, el crepusculino Robert
Pattinson) atraviesa la ciudad de Nueva York de punta a punta para
cortarse el pelo. O lo que es lo mismo, un macguffin como otro
cualquiera para debatir sobre el capitalismo, el concepto de individuo
en una sociedad castradora y la alienación individual, entre otras
cosas. Y escribo bien cuando digo “debatir”, ya que los monólogos y los
diálogos entre los personajes son constantes, haciendo que echemos en
falta en algún momento algo de silencio, algo de lenguaje audiovisual.
En otras palabras, que Cronenberg ha optado por hacer de Aaron Sorkin
para adaptar a Don DeLillo. Pero un libro y un guión son dos medios
tremendamente diferentes.
Tradicionalmente, una página de guión se considera un minuto en pantalla
(aunque es una norma que depende totalmente del tratamiento narrativo
asignado a la obra), lo que hace imposible una adaptación completamente
fiel al libro. Es decir, solemos hablar de “adaptación” precisamente por
eso, porque hay que intentar condensar y acomodar una historia
originalmente creada para ser narrada en un formato, a otro diferente.
Por esa razón, por el medio, por el vehículo que transporta la acción, a
veces la mejor solución es alejarse de lo literal y crear una fórmula
de expresión con variantes tomando el modelo original simplemente como
base o referencia. Ya que antes he sacado el nombre de Sorkin, The
Social Network y Cosmópolis no pueden ser más opuestas formalmente pero
son muy similares en cuanto a pretensiones: conseguir que el espectador
se interese por un parloteo incesante. Mientras que The Social Network
se apoya en un montaje vertiginoso con una arriesgada (pero triunfadora)
dirección de Fincher que dota al conjunto de una velocidad rítmica
primorosa, Cosmópolis prefiere una contención estilística unida a un
ritmo sosegado. Son dos opciones igual de aceptables (en el cine casi
todo vale) pero mientras que la película de Fincher no deja opción al
aburrimiento sino a la espectacularidad como medio para justificar el
fin (agarrar al espectador y menearlo), Cronenberg ejerce una peligrosa
concesión a la libertad del público. Es decir, él presenta los elementos
de una forma particularmente artística y abierta, y sus fans son libres
de aceptarlos o rechazarlos. Aturdimiento o libertad? Precisamente uno
de los temas que ha tratado en el film va a decidir su éxito o fracaso
comercial. Lo que hablábamos antes de ficción que tiene su origen en la
realidad…
El principal problema del libreto es ser demasiado consciente de si
mismo, abogar por un tremendismo algo forzado en algunos momentos que no
pedían eso, sino algo más paródico quizás (obviamente la subjetividad
del sujeto entra en liza aquí). Recordemos que hasta Taxi Driver (uno de
los referentes obvios, aparte de las películas de Jim Jarmusch o Tom
DiCillo) tenía un par de momentos cómicos que no hacían más que reforzar
el drama, dar peso al conjunto. Sin embargo, aquí la comedia brilla por
su ausencia y no por falta de oportunidades. Algo más se podía haber
sacado de las breves apariciones de Samantha Morton, Mathieu Amalric o
Juliette Binoche, brillantes pero algo encorsetados por el uso de sus
personajes como símbolos. En cualquier película eso sería un defecto. No
obstante, Cronenberg pretende justo eso, la visualización de sus
personajes como representación y manifestación de ideas ya conocidas,
enfrentándose directamente y a pecho descubierto con el feroz
capitalismo encarnado por Pattinson. Es cierto que durante gran parte
del metraje la sensación de estar hipnotizado por un gran nada se hace
presente (lo que tiene mucho mérito, ojo), pareciendo estar contemplando
un recital de poesía del mismísimo Bob Dylan. Son los mejores momentos
de la película, amén de los últimos 25 minutos donde hace su aparición
Paul Giamatti. Por otra parte, al ser estructurada de manera episódica,
la columna vertebral se ve altamente resentida por momentos tediosos
donde el film se hace excesivamente denso. Esa desconexión salpica
indirectamente a otros segmentos de mayor calidad, ya que nuestra
capacidad de atención se ve reducida y percibimos con más demora de lo
habitual algo supuestamente mejor. Que nos cuesta entrar y mantenernos
con el interés alto, vamos.
Lo que si me parece interesante es la mantenida claustrofobia a la que
estamos sometidos gran parte del metraje al desarrollarse la acción en
el interior de un coche. Es curioso que hayan coincidido en cartelera
dos películas como Cosmópolis y Killing Them Softly, de Andrew Dominik.
Ambas le dan una importancia suprema al coche pero es reseñable de que
forma tan distinta. En la película protagonizada por Brad Pitt
(estupendo, como todo el reparto completo), el vehículo representa lo
móvil, la excusa para ir de un sitio a otro y relacionarse como lo
haríamos en un bar, algo cotidiano. Es un instrumento decisivo en la
vida de los protagonistas, prácticamente el único nexo de unión de un
personaje con otro. No obstante, para el personaje de Pattinson en
Cosmópolis, ejemplifica el hogar y el viaje interior continuado. No es
que sea el único lugar donde Pattinson conoce gente, es que directamente
es donde desarrolla su vida entera. Ese interés por saber donde duermen
las limusinas por las noches a primera vista puede parecer un detalle
absurdo pero es lo más cerca que vamos a estar de una posible
humanización del personaje, ya que demuestra su nostalgia del hogar (que
recordemos es su coche) y la inseguridad que le produce enfrentarse a
su yo callejero, que para él es desconocido y hasta irreal. Su hábitat
natural, donde él es un poderoso tiburón de los negocios, es en el
interior donde recibe noticias sesgadas del exterior a través de su
chófer (impagable Kevin Durand). Es cierto que esta no es la típica
película de Cronenberg sobre la carne y sus virus, pero no deja de ser
una variante sofisticada del dilema interior-exterior que tanto destaca
en la carrera del canadiense. Por cierto, me pregunto que habría sido de
esta adaptación de tener detrás de las cámaras a Kubrick, un maestro
que supo dar un toque personalalísimo a una novela tan extrema como lo
era A Clockwork Orange, de Anthony Burgess (a pesar del modificado
final…).
Volviendo a analizar el tema del coche comprobamos que guarda una
estrecha relación con el título de la novela (y película). Una
Cosmópolis es una gran ciudad en la que vive gente de variadas
procedencias y lugares. Pero también tiene que ver con la idea de que el
individuo pueda sentirse ciudadano del mundo. Obviamente, esa
Cosmópolis no es Nueva York, sino el interior de la limusina. De hecho,
el gran reparto (incluido un notable Pattinson solo superado por el
incontestable talento de Giamatti) no está seleccionado al azar
precisamente. Pattinson y Morton son ingleses, Durand es canadiense,
Giamatti es estadounidense y Binoche y Amalric son franceses. De esta
forma, el término globalización también entra en la ecuación sin
siquiera ser mencionado, una jugada inteligente. Por otra parte, los
discursos acontecidos en la trama no pueden estar más de actualidad. La
evolución natural de las tecnologías ha contribuido de forma decisiva al
aislamiento y la expulsión del individuo de una sociedad cada día más
mortífera, ansiosa por llegar a un estado de alienación mental donde el
punto de no retorno sea una costumbre y un camino natural y no opcional.
Es ahí donde el capitalismo se hace fuerte en una opresión brutal al
pueblo donde la única salida redentora es la violencia de la plebe
contra los acaudalados, sean estos culpables o no. El episodio final,
con Giamatti como soberbio protagonista, no brilla por su sutileza pero
es una representación clara del fin del sueño americano (y por ende, el
fin del sueño a escala global) propiciado por una libertad sin oposición
al capitalismo más fiero, a base de una pérdida de identidad propia
individual alarmante para abrazar a “la sociedad”. Pero como bien se
pregunta el film… ¿quién es realmente la sociedad? ¿A quién se refieren
cuando hablan de sociedad? ¿Acaso no somos tú y yo parte de esa
sociedad? Y si es así… ¿qué hemos hecho para pertenecer a ella? Y lo
peor de todo… ¿cómo demonios salimos de ella?.
Critica por Aullidos.com:
David Cronenberg, ya convertido en un autor total capaz de
cualquier cosa que se proponga, decide hacer una reflexión extensa,
compleja, dura sobre el capitalismo y su caída en su Cosmopolis. Utilizando como herramienta a un Robert Pattinson
entregado a las últimas consecuencias, la película se interna en el
mundo autista y frío de una limusina, representación final de un sistema
financiero global, y lanza preguntas (algunas sin respuesta) mientras
un grupo de personajes van paseando por ella, al mismo tiempo que el
mundo del protagonista se desmorona.
Exceso. Eso es lo que se vive en un mundo donde no tienes
suficiente con comprar el cuadro de una capilla histórica, sino que
también QUIERES la capilla. No solo se pierde el valor del objeto, sino
que también de cualquier sentimiento, o persona. Se habla, se sugiere
unos recuerdos a la realeza, también aséptica y aislada del mundo real.
Esa mirada y sonrisa mordaz de su protagonista, la tranquilidad mientras
fuera estalla una guerra. Bastante fácil identificarse con los que
están fuera, intentando hacer al hombre poderoso reflexionar, ¿no? Pero a
él le da igual; él quiere ir a cortarse el pelo, porque lo necesita. Lo
quiere. Nada más importa. El mundo se va a la mierda, y el tito David
sabe bien por qué.
La pasividad de Cronenberg en su manera de contar las cosas se
nota en el pesado ritmo que aparenta su estructura. No es una película
fácil, está excesivamente dialogada y tira mucho de concepto y metáfora.
Casi en exceso. Pero cuando el canadiense loco se excedía poniendo
vaginas en pechos para representar el control de la televisión no nos
quejábamos, ¿no? Puede que sin chicha o sangre, el exceso no sea tan
divertido. Y ahí difiero.
Pattinson está genial, construye el personaje a través del autismo y
casi el Asperger, un ser cruel, sin alma, que se da cuenta lo incapaz de
leer el mundo que es. No puede, fracasa, y se entrega a la
autodestrucción. Como bien le dice un personaje en un momento del
film, “hasta para destruirte y caer tienes que ser más que los demás, el
mejor en ello”. Exceso. ¿veis? El tándem Pattinson-Cronenberg nos puede dar tantas alegrías como el que tuvo (tiene) con Mortensen. Ya podéis comenzar a tirarme los platos a la cabeza.
La diversión de Cosmopolis es inexistente, es un título
depresivo, extraño en su estructura y extenuante. Cansa, pero en
diferentes sentidos; o te atrapa y te fascina, o te aburre y destruye.
No es fácil entrar en ella, ni difícil salir. Es una nueva tuerca a un
estilo que está buscando, de nuevo, una nueva voz. Tuvimos etapa
sexual-gore, otra comercial de terror, una psicológica y una de thriller
clásico. Cronenberg vuelve a girar, larga vida a su carrera, salga la
sangre y la carne que tenga que salir.
Lo mejor: Pattinson y la cruel mirada a la caída del sistema.
Vía Rpcinema-screen (2)
via: Todotwilightsaga
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