23 enero 2012

Crítica de ‘Una Boda de Muerte’ por Tu Blog De Cine: "Disfrutar de la desgracia ajena…"

Una de las comedias más destacables que se estrenaron allá por el 2007 fue “Death at a Funeral”, bautizada en España como “Un funeral de muerte” por obra y gracia de nuestros “retituladores del averno”, como cariñosamente les llama un servidor.

La susodicha, una coproducción entre EE.UU y Reino Unido, se centraba en el desastroso funeral del patriarca de una familia no demasiado bien avenida. La (simpática) película en cuestión tuvo bastante éxito, lo que ha llevado a su guionista, Dean Craig, a repetir la fórmula dos veces más: primero realizándose en 2010 un remake genuinamente yanqui (esto es, sustituyendo el humor negro a la inglesa por el humor vulgar a la americana) y ahora plasmándose una similar concepto en “A Few Best Men”, en donde se cambia el funeral por una boda y al realizador de filmes como “La pequeña tienda de los horrores” o “In &Out” (Frank Oz) por el de “Las aventuras de Priscilla, reina del desierto” (Stephan Elliott).

Y como los productores y el guionista de esta nueva cinta son los mismos, aquí han decidido adecuar el título repitiendo la coletilla y quedándose así en “Una boda de muerte” (y tan panchos, oye)
David (Xavier Samuel) está a punto de casarse con Mia (Laura Brent), una joven muchacha australiana a la que conoció –y de la que se enamoró perdidamente- durante unas vacaciones. La ceremonia tendrá lugar en casa de Mia, por lo que David se traslada hasta Australia junto a sus tres mejores amigos: Luke, que será el padrino y que acaba de perder a su novia; Tom, un pasota total, y Graham, un hipocondríaco acomplejado.
Cuando llegan a su destino, David conoce por fin a sus suegros. El padre es un rico senador australiano y la madre una ama de casa servicial. En un principio, los padres de Mia reciben a David y a sus amigos con los brazos abiertos, pero en la despedida de soltero las cosas se desmadran y la boda no resulta ser lo que debiera.
Las bodas han sido y serán siempre un tema recurrente en el cine, sobre todo en lo que a comedia romántica se refiere. El año pasado, sin ir más lejos, tuvimos en cartelera “La boda de mi mejor amiga”, que fue todo un éxito de crítica y público (aunque a mí me pareció deleznable, dicho sea de paso).
Mientras que aquella se centraba en la preparación de la boda y sobre todo en la despedida de soltera de la futura esposa, en “Una boda de muerte” es la celebración de la propia boda el foco de atención de la trama; una boda que se convierte en un auténtico desmadre después de que la noche anterior a la misma al novio y a sus amigos se les vaya de la mano la despedida de soltero.
Pero la semilla del desastre se germina unas horas antes, cuando Tom decide comprarle algo de droga a un traficante local. A partir de ahí y de la borrachera de la noche previa a la boda, todo empezará a torcerse. Una celebración planificada a lo grande, con todo lujo de detalles y con unos invitados selectos se convertirá en un caos por culpa de tres tíos, los amigos del novio, un poco pasados de vueltas.
Luke está deprimido o, mejor dicho, totalmente hundido porque su novia le ha dejado y ahora está con otro tío, así que se pasa toda la boda dándole a la botella y llamando desconsoladamente a su ex para hundirse aún más en su propia miseria. Con un padrino así, la cosa no puede funcionar bien. Pero todo se complica si a ello sumamos a Tom (Kris Marshall) y su absoluta despreocupación por la boda. Tom no termina de convencerle que su mejor amigo se case con una chica a la que apenas conoce, por lo que de manera consciente e inconsciente (según la ocasión) sabotea la ceremonia con sus desastrosas ocurrencias.
En cuanto a Graham (Kevin Bishop), sus propias extravagancias ya son suficiente motivo de queja, pero si a eso añadimos el factor “droga”, la cosa puede ponerse mucho peor. Y de hecho, se pone mal, muy mal.
La boda se convierte en una continua sucesión de calamidades que avergüenzan constantemente a un impotente David. Con semejante percal no es de extrañar que las reticencias de su yerno vayan en aumento y que a Mia se le vaya agotando la paciencia por momentos. Y a todo esto… ¿qué hay de la madre de susodicha? Pues SPOILER– desatada totalmente y divirtiéndose de lo lindo a base alcohol y coca – FIN SPOILER.

El caos que el guionista desata busca desesperadamente el humor gamberro y no se puede negar que en ocasiones logra crear situaciones bastante divertidas. Algunos gags son mejores que otros (el momento en el que el ornamento floral arrasa con los invitados no tiene desperdicio); los hay que son más predecibles (el momento del vídeo humillante se veía venir desde el principio) y, definitivamente, hay momentos que resultan de muy mal gusto por culpa de la –por desgracia- imprescindible escatología.

Claro que esto último parece entusiasmar al público, habida cuenta del tipo de comedias que suelen arrasar en taquilla (la propia “La boda de mi mejor amiga” contenía uno de los gags escatológicos más infames del pasado año, y productos como “Fuga de cerebros” encuentran fácilmente quién le ría las gracias), así que no creo que estas situaciones disgusten tanto al espectador común como me disgustan a mí (será que con la edad me he vuelto más “exquisito”)

Y es que aunque estemos hablando de una coproducción entre Australia y Reino Unido, aquí poco se percibe del humor tan típicamente inglés. La sutileza brilla por su ausencia y aunque surjan de vez en cuando diálogos más o menos inspirados (las pullas a las costumbres australianas y a su pasado bélico), en general se trata de un humor más propio de las comedias americanas y muy en consonancia con producciones como “Resacón en Las Vegas”.
Por tanto, “Una boda de muerte” es una opción que bien vale para echarse unas risas con los colegas mientras se disfruta de la desgracia ajena y de las locuras que van sucediéndose a lo largo de poco más de hora y media (que es básicamente lo que debería durar toda comedia que se precie, sea mejor o peor que ésta).

Quizás lo mejor de todo sea el reparto formado por ingleses y australianos, y de entre los que destacaría Kris Marshall, que repite jugada tras “Un funeral de muerte”, y Kevin Bishop, actor de trayectoria mayormente televisiva. Además, cabe hacer una mención especial a una casi irreconocible Olivia Newton-John (la cirugía plástica, un terrible enemigo de Hollywood…) en uno de esos papeles que por norma general suelen quedarse en una breve aparición estelar y que aquí, sin embargo, se le saca bastante jugo dejando que la actriz explote se vena más desenfadada.
Quizás sólo por eso ya merezca la pena echarle un vistazo a la película.


Crítica gracias a Tu Blog De Cine
via: Todotwilightsaga

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