por Irene Mendoza
Londres, 13 de Mayo de 2019.
Pleno mes de mayo y estar en Londres de nuevo era genial. Pasaba unos
días con mi hermana y mi cuñado y había llegado para la boda de una de
nuestras mejores amigas: Bea, que por fin se casaba con Ian ese mismo
fin de semana.
Y a pesar de que me encanta esta ciudad, estar con mi hermana, ver a los
viejos amigos, yo, ingrata de mí, solo podía pensar en una cosa, o más
bien en una persona, un hombre que sabía estaba allí por esas fechas.
Porque ese día era su cumpleaños, el 33 cumpleaños de Rob y yo no podía
olvidarlo.
Ya llevaba años Robsesionada y la cosa no había decaído con el tiempo.
Después de ganar la Palma de Oro en Cannes en el año 2012 y haber sido
nominado dos años seguidos para el Oscar como mejor actor, además de
haberlo ganado cómo guionista, se podía decir que Robert Pattinson
estaba en lo más alto, aunque él seguía inaccesible como siempre,
guardando celosamente su vida privada.
Aunque de dominio público, muy a su pesar y al de su conocida esposa,
nadie había conseguido acercarse a su hijo del que no había trascendido
ni su nombre. Solo se sabía que había sido bautizado en Londres hacía 4
años y que su padrino era Tom Sturridge.
Rob llevaba un par de meses en su tierra terminando un rodaje, eso sí se
sabía, y también se decía que la pareja había comprado una casa en el
exclusivo barrio de Notting Hill pero no se les había visto juntos.
Rumores de visitas a amigos, a su familia pero ni una triste foto.
Desde que había puesto un pie en Londres había fantaseado con
encontrármelo, ilusa de mi, pero eso era tan imposible como conseguir
verle en las distancias cortas. Lo había intentado una vez, al finalizar
la Saga, en la promoción que tuvo lugar en Madrid pero solo había
conseguido ser vapuleada por miles de chicas al borde del colapso
nervioso y comprobar que era alto y que su pelo adorado era del color
del bronce.
<>, le dije a mi hermana que puso los ojos en blanco y me
recomendó que me lo hiciese mirar. A ella le gustaba mucho Rob, según
sus palabras <>, pero no vivía mi compulsiva fijación por él ni de
lejos.
Esa mañana habíamos ido a la peluquería de un céntrico spa que Bea nos
había recomendado. Nos habían remojado y masajeado y nos habíamos
probado el peinado y el maquillaje que llevaríamos como damas de honor.
Nada excesivo, pelo suelto con suaves hondas y maquillaje suave de día.
Así que rejuvenecidas unos cinco años y muy relajadas salimos del centro
de belleza con la moral por las nubes y sin ojeras.
- Uf, esto nos va a salir por un pico, la boda, digo. Estamos tirando la casa por la ventana.
- ¿Pero merece la pena no? Un día es un día, hermana.
Mi hermana, según mi madre, había salido a la familia de mi padre, derrochona con el dinero.
- Y aun queda lo mejor – dijo -, porque no hemos comido nada desde el
desayuno y yo tengo hambre así que te voy a llevar a llenar la panza a
un sitio especial. Regalo de cumpleaños. Ya sé que falta un mes pero
como no nos veremos hasta agosto pues por adelantado.
- Gracias guapa – le dije a mi hermana dándole un besito en la mejilla.
- Está cerca de aquí, podemos ir dando un paseo.
- Pero son casi las 5 – dije mirando mi reloj.
- Por eso, vamos a tomar el té.
- ¿Dónde?
- Sorpresa.
¡Y tanto que sorpresa! Caminamos hasta el 150 de Picadilly y me quedé de
piedra. A mi hermanita no se le había ocurrido otra cosa que llevarme a
tomar el té nada menos que al hotel Ritz London.
Según todas las guías de viaje de postín si se quiere conocer el alma
inglesa es imprescindible tomar el té en el Palm Court, su salón
imperial que recrea el ambiente típicamente eduardiano, con esculturas,
cortinas de seda, manteles de hilo, porcelana china y teteras de plata
para llevar a cabo el noble ritual de la hora del té.
Yo estaba con la boca abierta, asombrada del atrevimiento de mi hermana y asustada por lo que aquello le iba a costar.
- Ni se te ocurra hablar de dinero – me avisó -. Un regalo es un regalo y
además nos han dejado monísimas de la muerte. Nos van a tomar por
marquesas.
Decidí hacerle caso y entré pisando fuerte con mis tacones. Entramos en
el salón imperial adornado en tonos melocotón a punto de comenzar con el
tradicional y noble ritual británico por excelencia. Nada más hacerlo
me tranquilicé un poco, había gente en vaqueros. Nos sentamos en una
zona algo apartada del resto de comensales, como si lo hubiéramos hecho
toda la vida y un educadísimo camarero comenzó a recitarnos todas las
clases de té que podíamos tomar: darjeeling, lapsang-souchon, earl grey…
Al poco llegó con las infusiones elegidas seguido de una camarera que
portaba una espectacular fuente de pasteles y pequeños sándwiches.
El camarero comenzó el ceremonial sirviendo la leche tibia primero y
después el té caliente para que no se quiebre la fina taza de
porcelana.
Todo estaba delicioso y el ambiente era tranquilo. No podía evitar
hablar en voz muy baja, como lo hacían el resto de clientes cuando de
repente la voz de un niño rompió el silencio.
- Hola – saludo muy seguro y sonriente -. Me llamo Kyle ¿y tú?
- Hola Kyle, yo me llamo Irene y esta es mi hermana Amaia – dije sonriendo a aquel pequeñín rubio de ojos verdes.
- Hola – saludo mi hermana volviendo la vista de nuevo a los deliciosos pastelillos. Los niños nunca han sido lo suyo.
- Los mejores son esos – dijo señalando unos con glasa rosa por encima -. A mi mami le encantan.
- Sí, creo que tienes razón, a mí también me gustan esos.
Kyle me sonrió con una preciosa sonrisa de medio lado y algo cruzó por
mi mente. Miré fijamente al niño y tuve la sensación de que le conocía, o
que más bien me recordaba mucho a alguien pero no conseguía saber a
quién. Me hacía gracia, allí plantado delante de nosotras, tan
tranquilo. De pronto hizo un gesto para llevarse la manita al pelo y
retirarse un mechón rebelde de la cara y supe a quien se parecía.
Y de pronto oí una hermosa voz de hombre suave y grave, con acento inglés y mi corazón me dió un vuelco.
- Kyle, ¿dónde andas?
Salté en mi asiento, sofoqué un grito y me puse rígida. Mi hermana me miró extrañada.
- Irene, te has puesto pálida de repente se te van a salir los ojos de las órbitas, ¿qué porras te pasa?
No pude responder porque del fondo más apartado del salón llegaba
caminando nada menos que Robert Pattinson, Rob para mí. Le di un codazo a
mi hermana porque no podía articular palabra.
- Mi… ra – susurré sin apartar mis ojos de él.
- ¡Ay, madre! ¿Es…?
- El mismo – asentí casi temblando.
Su caminar sinuoso era real, se acercó dando grandes zancadas pero
moviéndose con elegancia, como lo había imaginado siempre. Le miré de
pies a cabeza y me obligué a cerrar la boca. Alto, delgado aunque no
tanto como en sus inicios, de espalda ancha, vestía una camisa blanca
que parecía de lino y dejaba entrever muy poco el vello de su pecho,
unos vaqueros desgastados que le sentaban como un guante.
Lo primero en lo que me fijé fue en sus ojos, grandes, azul grisáceo y
dulces, muy dulces, sombreados por esas maravillosas y expresivas cejas.
Miró a su hijo y su boca se torció en aquella gloriosa sonrisa que
parecía haber heredado el pequeñín.
- Qué te tengo dicho Kyle – dijo con voz baja y suave, agachándose hasta estar a la altura de su hijo.
- Que no puedo escaparme y que es muy importante que lo recuerde.
- Eso es – suspiró, besó al niño en la cabeza y nos miró sonriendo – Disculpad a mi hijo, espero que no os haya molestado.
- No, no, es… es un cielo – me atreví a decir tartamudeando.
De repente se incorporó y noté que toda la sangre de mi cuerpo se había ido a alojar en mis mejillas. Las tenía ardiendo.
Mi hermana y yo nos habíamos levantado sin querer y me di cuenta de que
Rob sabía que le habíamos reconocido porque bajó la mirada un momento
por pura timidez. Fue mi hermana la que se atrevió, yo estaba demasiado
atenta a cada gesto suyo como para recordar cómo se hablaba en inglés.
- Perdona, Ro… eh… esto… - susurré. No me salían las palabras.
- ¿Te importaría firmarnos? – dijo mi hermana.
- Oh, claro – sonrió iluminándolo todo a su alrededor.
Tuve los reflejos y arrestos suficientes para tenderle un bolígrafo que
mi hermana había sacado de su bolso junto con su agenda y que yo le
había arrebatado sin dudarlo. Rob lo alcanzo con aquella mano suya
grande y de dedos larguísimos y delgados, casi delicados y rozo
levemente la mía para mi tortura. Tomó la agenda de mi hermana y se
dispuso a escribir.
- Perdonad ¿cómo os llamáis? – preguntó Rob.
- Ella es Irene – dijo el niño provocando otra gran sonrisa en su padre.
- Sí, eso es Kyle– sonreí al simpático chiquillo -. Y ella es Amaia. A, M… , A, I, A.
- Aha, muy bien. Le has caído bien. ¿De vacaciones? – preguntó con simpatía.
El inglés de mi hermana era correcto y hasta bueno pero mi acento me delataba.
- Oh… no… eh, tenemos una boda. Una amiga nuestra se casa el domingo.
- Me encantan las bodas – bromeó sonriendo de medio lado.
Terminó la dedicatoria y nos miró de nuevo. Mi hermana recogió la
agenda. Yo no podía dejar de observarle y me imaginé la cara de tonta
que se me habría puesto pero me daba igual. ¡Tenía delante a Rob y a su
hijo! Decir que era guapo era quedarse corta, al natural era mejor aún.
Barba rubia, rojiza de un par de días, su pelazo color bronce y esos
ojos que traspasaban, caleidoscópicos. El niño tiró de la camisa de su
padre, Rob le miró y la pérdida del contacto visual con sus ojos hizo
que mi mente, que flotaba en el séptimo cielo, descendiese a la tierra.
- Papi…
- ¿Qué Kyle? – dijo agachándose para hablarle a su hijo.
- Prometiste que iríamos a casa del tío Tom – dijo el niño
- Shssssss, sí vamos ahora pero hay que esperar a mamá. Además estoy atendiendo a estas chicas – susurró.
¡Nos había llamado chicas! Ese era Rob, todo un caballero. Tenía ganas
de aplaudir. Miró hacia atrás como buscando a alguien. ¡Así que ella
también estaba allí!, eso ya era demasiado. No me puse a dar saltos de
alegría porque recordé que no me perdonaría nunca si no nos sacábamos
una foto con él. Saqué mi móvil con timidez, tome aire e iba a pedírselo
cuando Kristen Stewart apareció ante nuestro sorprendidos ojos. Ella
también era como me la había imaginado: de mi estatura, menuda, piel
blanca y delicada, muy bonita, vestida con ropa cómoda e informal y
parecía estar… ¿embarazada?. La amplia camiseta, que bien podía ser de
Rob, no dejaba lugar a dudas. En las últimas fotos que habían salido de
ella no lo parecía aunque eso había sido hace casi dos meses y no tenía
ningún rodaje a la vista. Calculé que debía de estar de unos 6 meses más
o menos.
¡Mami, papi dice que vamos a ver a tío Tom! – gritó Kyle echándose al
regazo de su madre. Algunas personas volvieron la cabeza pero nadie nos
importunó.
- Sí, cariño, no chilles – susurró sonriendo al pequeño y mirándonos a nosotras -. Hola.
Saludó tímida mientras daba la mano al niño y levantaba la otra. Luego
miró a Rob, Rob la miró a ella y se sonrieron mutuamente. ¡Burbuja
total! Miré a mi hermana aguantándome las ganas de suspirar. Yo
continuaba con el móvil en la mano, emocionada por aquel momento robsten
cuando Rob se dirigió a nosotras.
- Creo que queríais…
- ¿Una foto, por favor? – balbuceé.
- Por supuesto – dijo Rob.
- Si no os importa os sacaré yo la foto – dijo Kristen, tomando el móvil de mi mano temblorosa.
Su voz también sonaba tan familiar… Era como si les conociese a ambos.
- ¡Oh, mil gracias! – dijo mi hermana.
- Me perdonaréis pero yo prefiero no salir en ella por…, bueno ya
sabéis. Parecéis fans comprensivas – se disculpó -. Kyle, tu aquí
conmigo, cariño. Un momentito.
Estaba claro que ella no quería exponer a sus hijos o a ella misma. Rob
les sonrió y se dispuso a colocarse para la ansiada foto. Kyle nos
observaba paciente, acostumbrado ya a la fama de sus padres.
De cerca, con mi hermana y conmigo a cada lado Rob parecía aun más alto.
<>, pensé sin saber muy bien donde colocar los brazos. Kristen
levantó el móvil y dijo <>, inmortalizando aquel momento tan
increíble.
- Creo que ha salido bien - dijo tendiéndome el móvil y apretando los labios en una tímida sonrisa.
- Sí, perfecta, gracias, muchísimas gracias – dije mirando la foto sin dar crédito aun a lo que estaba pasando.
- Muchas gracias, ha sido un placer – añadió mi hermana.
- De nada – dijo Rob con su mejor sonrisa llevándose la mano al pelo.
Tras ese gesto tan suyo se separó de nosotras con la intención de irse
con su familia. <>, pensé angustiada pero no podía dejarle ir sin
antes…
- Rob,,,
- ¿Si? – dijo volviendo la cabeza y elevando las cejas.
- Feliz cumpleaños – dije con el corazón latiéndome a mil por hora.
La inmensa y dulce sonrisa que Rob me dedicó confirmó que jamás olvidaría ese momento.
- Gracias – dijo tímido – Espero que lo paséis bien en esa boda.
- Y… y me encantan todas tus películas y las de Kristen y Londres. Por
cierto, no pensamos colgar nada en internet acerca de tus hijos y
felicidades otra vez – añadí en un arranque de locura.
Mi hermana me hecho una mirada como si estuviese loca.
- Me alegro. Muchas gracias – rió Rob mientras Kristen sonreía y asentía-. Di adiós Kyle.
- Adiós, a mí también me gusta mucho Londres – dijo él.
- Adiós. Adiós, Kyle – dijimos mi hermana y yo a la vez saludando al niño con la mano.
Nos sentamos de nuevo, yo aun medio descolocada por el momento tan
extraordinario que acababa de vivir, viendo como se alejaban. No pude
evitar seguirles con la mirada. Se pararon justo antes de salir del
salón de té. El niño quería que su madre le cogiese en brazos pero Rob
le dijo algo a Kyle y lo cargó él. Kristen sonrió a Rob y pareció decir
<> mientras le miraba con ternura. El también le sonrió mirándola a
los ojos dulcemente, Kristen posó su mano en el pecho de Rob sin
apartar sus ojos de él y acto seguido se fueron.
- ¡Puro PDA! – exclamé.
- ¿PD qué? - preguntó mi hermana.
- Ahora te explico, dame un minuto – dije respirando hondo sin poder dejar de sonreír.
.... F I N ....
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