Te gustan las pelis con sangre,
violencia, fostias miticas, y una breve pero agradecida racion de
teturcias psst….y macizorros en plan not tottaly gay ???
Si la respuesta es “sí” a alguno de los apartados mencionados, hay una altísima posibidad de que Immortals sea vuestra peli de este finde. Y si profundizamos un poco más, aún tengo otro motivo más para convenceros: Tarsem Singh, su director. Para los no iniciados, se trata del responsable de La Celda y –su mejor obra– The Fall, y un director con una personalidad distintiva, marcada por su potentísimo estilo visual, inmediatamente reconocible: planos estáticos a camara superlenta con un recargado diseño de producción de influencia oriental, extremismo luminoso oigs (cuando es oscuro, es claroscuro, cuando lo quiere claro y limpio, olvidaos de ver una puta sombra), y paneos a tutiplén (contadlos: de izquierda a derecha y de arriba abajo). En resumidas cuentas: aspiración esteta de convertir cada imagen en un cuadro requeteoigs. El espectáculo reside en la propia imagen, no en la manera en la que se enlazan. Zack Snyder, para que os hagáis una idea, tiene algo de esto, pero desde luego no es tan acusado –ni lo integra de manera tan orgánica en sus películas–. Lo más elegante que puedo decir del film es que termina convirtiendo su estilo en contenido, y tampoco es una gran virtud, pero se agradece ver películas tan constantes y tan voluntariosas en ese sentido: la mayor parte del trabajo se derrocha en fabricar caramelos para los ojos. Tiene su grado de mérito.
Es poco recomendable cuando hay un guión, porque te lo comes, pero muy útil cuando aquí tienes tu trama estándar de capítulo de Hércules de La 1. Hiperión, sádico estándar elevado por un Mickey Rourke que a estas alturas todo le importa una mierda –y se agradece– tiene un planazo para dominar el mundo: robar el arco de Épiro y reventar con él la cárcel donde están encerrados los titanes, enemigos declarados de los dioses griegos. Entra el héroe, Teseo (Henry Cavill), quien con la adivina Phaedra –Freida Pinto, alegrándonos la vida– y el esclavo Stavros (Stephen Dorff, otro que se lo está pasando de vicio) conforman el trío de protagonistas que intentará poner fin a las fechorías de tamaño villano, con cierta ayuda de las alturas: Zeus (Luke Evans), Poseidon (Kellan Lutz) y Athena (Isabel Lucas), entre otros dioses. Se agradece que cuenten con la mitología, pero el contexto general es el “superespectáculo de derramamiento de sangre”, y en este caso nada mejor que tener a deidades repartiendo mandobles. Es el único motivo por el que están. Porque queda muy chulo.
Ya habéis visto esta película: “sobre una voz en off, un joven héroe es elegido para salvar el mundo entre coros épicos, batallas multitudinarias, llanuras plagadas de cadáveres, con el ingenio, su atractivo y su DISCURSO FINAL como armas”. Las secuencias de acción son prácticamente consecutivas –aunque 110 minutos me sigue pareciendo demasiado tiempo– pero no destaca particularmente por su sentido de la aventura: prácticamente todo se resuelve dando espadazos. Tarsem intenta distinguir el producto recurriendo a su diseño de producción –el monasterio Sibelino al comenzar el film–, al vestuario –cualquiera de los cascos de Hiperión, o a los atuendos con los que las oráculos se presentan ante los esclavos– o amplificando hasta el once sobre diez los momentos más exaltados del film –el discurso de Teseo va acompañado de los golpes de las espadas y de los escudos–.
Losing my religion total.
No tiene una maña especial con las secuencias de leches (recurre más de lo deseado al largo plano secuencia lateral, y eso ya es propiedad de Snyder y de Chan Wook Park) hasta que destaca en su climax, repartido en una la original batalla final entre dioses y titanes (donde combina diferentes velocidades dentro de un plano) y una pelea a hostias “como las de antes” entre héroe y villano. Los tiempos muertos del film, salvo algún plano general precioso donde luce la totalidad del fastuoso decorado, son completamente funcionales a efectos narrativos y dependen de algún chispazo de genio de Rourke –su presentación inicial–, Dorff o algún secundario para mantenernos enganchados.
Poco más, la verdad. Se agradece el empaque y el estilo–que, insisto, eleva esta peli a kilómetros por encima del telefilm– ¿Se puede esperar un buen Superman de Henry Cavill? Difícil saberlo, porque aquí es la mitad kriptoniana del personaje de Siegel y Shuster. Héroe inhumano de los de toda la vida, sin la garra de Butler en 300, pero con vigor y ganas. Útil para cuando se ponga la “S”, imposible saber cómo será su Clark Kent. En este film que nos ocupa ahora, y sabiendo su destino final, le va a ser muy útil: el excepcional plano final que remata Immortals prácticamente resume todo lo que ha sido el film, un paso adelante en la tendencia marcada por el film de Snyder, más recargado, más violento, con un impacto visual aún mayor y con el mismo tono superserio que impide que el film se mueva con mayor ligereza (los destellos de humor que deja Dorff son muy contados, dentro de que la sensación de alegría, de vivacidad –que de eso sabían los griegos, y bastante– es prácticamente inexistente–. Es una mejora con esteroides de una plantilla inicial en la que cada entrega multiplica por diez los litros de sangre, por 20 la carga mitológica y divide entre 2 su grado de inteligencia: Gladiator – 300 – Immortals. En la siguiente, Zeus os meterá directamente un rayo por el culo. No os quepa duda.
lashorasperdidas
via: diariotwilight
Si la respuesta es “sí” a alguno de los apartados mencionados, hay una altísima posibidad de que Immortals sea vuestra peli de este finde. Y si profundizamos un poco más, aún tengo otro motivo más para convenceros: Tarsem Singh, su director. Para los no iniciados, se trata del responsable de La Celda y –su mejor obra– The Fall, y un director con una personalidad distintiva, marcada por su potentísimo estilo visual, inmediatamente reconocible: planos estáticos a camara superlenta con un recargado diseño de producción de influencia oriental, extremismo luminoso oigs (cuando es oscuro, es claroscuro, cuando lo quiere claro y limpio, olvidaos de ver una puta sombra), y paneos a tutiplén (contadlos: de izquierda a derecha y de arriba abajo). En resumidas cuentas: aspiración esteta de convertir cada imagen en un cuadro requeteoigs. El espectáculo reside en la propia imagen, no en la manera en la que se enlazan. Zack Snyder, para que os hagáis una idea, tiene algo de esto, pero desde luego no es tan acusado –ni lo integra de manera tan orgánica en sus películas–. Lo más elegante que puedo decir del film es que termina convirtiendo su estilo en contenido, y tampoco es una gran virtud, pero se agradece ver películas tan constantes y tan voluntariosas en ese sentido: la mayor parte del trabajo se derrocha en fabricar caramelos para los ojos. Tiene su grado de mérito.
Es poco recomendable cuando hay un guión, porque te lo comes, pero muy útil cuando aquí tienes tu trama estándar de capítulo de Hércules de La 1. Hiperión, sádico estándar elevado por un Mickey Rourke que a estas alturas todo le importa una mierda –y se agradece– tiene un planazo para dominar el mundo: robar el arco de Épiro y reventar con él la cárcel donde están encerrados los titanes, enemigos declarados de los dioses griegos. Entra el héroe, Teseo (Henry Cavill), quien con la adivina Phaedra –Freida Pinto, alegrándonos la vida– y el esclavo Stavros (Stephen Dorff, otro que se lo está pasando de vicio) conforman el trío de protagonistas que intentará poner fin a las fechorías de tamaño villano, con cierta ayuda de las alturas: Zeus (Luke Evans), Poseidon (Kellan Lutz) y Athena (Isabel Lucas), entre otros dioses. Se agradece que cuenten con la mitología, pero el contexto general es el “superespectáculo de derramamiento de sangre”, y en este caso nada mejor que tener a deidades repartiendo mandobles. Es el único motivo por el que están. Porque queda muy chulo.
Ya habéis visto esta película: “sobre una voz en off, un joven héroe es elegido para salvar el mundo entre coros épicos, batallas multitudinarias, llanuras plagadas de cadáveres, con el ingenio, su atractivo y su DISCURSO FINAL como armas”. Las secuencias de acción son prácticamente consecutivas –aunque 110 minutos me sigue pareciendo demasiado tiempo– pero no destaca particularmente por su sentido de la aventura: prácticamente todo se resuelve dando espadazos. Tarsem intenta distinguir el producto recurriendo a su diseño de producción –el monasterio Sibelino al comenzar el film–, al vestuario –cualquiera de los cascos de Hiperión, o a los atuendos con los que las oráculos se presentan ante los esclavos– o amplificando hasta el once sobre diez los momentos más exaltados del film –el discurso de Teseo va acompañado de los golpes de las espadas y de los escudos–.
Losing my religion total.
No tiene una maña especial con las secuencias de leches (recurre más de lo deseado al largo plano secuencia lateral, y eso ya es propiedad de Snyder y de Chan Wook Park) hasta que destaca en su climax, repartido en una la original batalla final entre dioses y titanes (donde combina diferentes velocidades dentro de un plano) y una pelea a hostias “como las de antes” entre héroe y villano. Los tiempos muertos del film, salvo algún plano general precioso donde luce la totalidad del fastuoso decorado, son completamente funcionales a efectos narrativos y dependen de algún chispazo de genio de Rourke –su presentación inicial–, Dorff o algún secundario para mantenernos enganchados.
Poco más, la verdad. Se agradece el empaque y el estilo–que, insisto, eleva esta peli a kilómetros por encima del telefilm– ¿Se puede esperar un buen Superman de Henry Cavill? Difícil saberlo, porque aquí es la mitad kriptoniana del personaje de Siegel y Shuster. Héroe inhumano de los de toda la vida, sin la garra de Butler en 300, pero con vigor y ganas. Útil para cuando se ponga la “S”, imposible saber cómo será su Clark Kent. En este film que nos ocupa ahora, y sabiendo su destino final, le va a ser muy útil: el excepcional plano final que remata Immortals prácticamente resume todo lo que ha sido el film, un paso adelante en la tendencia marcada por el film de Snyder, más recargado, más violento, con un impacto visual aún mayor y con el mismo tono superserio que impide que el film se mueva con mayor ligereza (los destellos de humor que deja Dorff son muy contados, dentro de que la sensación de alegría, de vivacidad –que de eso sabían los griegos, y bastante– es prácticamente inexistente–. Es una mejora con esteroides de una plantilla inicial en la que cada entrega multiplica por diez los litros de sangre, por 20 la carga mitológica y divide entre 2 su grado de inteligencia: Gladiator – 300 – Immortals. En la siguiente, Zeus os meterá directamente un rayo por el culo. No os quepa duda.
lashorasperdidas
via: diariotwilight
0 comentarios:
Publicar un comentario